Con sus exuberantes paisajes verdes, sus complejos de ocio de lujo y su clima mediterráneo, el Algarve es famoso por atraer a golfistas y veraneantes a la región.

Pero también hay una floreciente escena gastronómica, centrada en pintorescas comunidades pesqueras, granjas y productores artesanales, como descubro en una breve escapada invernal.

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Vinos autóctonos

Filipe Caldas de Vasconcellos es la cuarta generación de propietarios de Morgado do Quintão, un viñedo de 300 años de antigüedad situado en las colinas entre Silves y Lagoa.

Filipe me cuenta que sólo el 5% del vino que se bebe en el Algarve se elabora aquí, a pesar de que es una de las regiones vinícolas más antiguas, que se remonta al siglo VI antes de Cristo.

El entorno soleado ofrece unas condiciones de cultivo perfectas para las vides plantadas en suelos calizos y arcillosos. Cerca, las montañas de la Serra de Monchique protegen la zona del viento, pero la brisa del océano Atlántico proporciona ventilación y regula la temperatura.

A Filipe le apasiona mantenerse fiel a los estilos de vinificación y las variedades de uva tradicionales de Algarve, al tiempo que trata de garantizar que Morgado do Quintão siga funcionando durante años. Me dice: "Queremos plantar nuevos vinos, respetando las variedades de uva antiguas que son locales".

Una de las variedades que produce es la Negra Mole, la segunda variedad de uva portuguesa más antigua, autóctona del Algarve. Produce vinos afrutados, florales y frescos, a menudo de color claro y con pocos taninos. Filipe me deja probar uno que ha sido mezclado con uvas Crato Branco, y tengo que estar de acuerdo: es la bebida perfecta para un caluroso día de verano en el Algarve.

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Productos artesanales

En Quinta do Freixo, una explotación ganadera ecológica de 700 hectáreas y quinta generación, el propietario Luis Tiago Campo Cabral e Silva ofrece a los visitantes una experiencia de la granja al plato. Se anima a los comensales a elegir sus propios alimentos para que los cocineros los transformen en un plato delicioso.

Luis explica que es mucho más rentable vender un producto al plato que al por mayor. "El cordero, por animal, se vende a unos 70 euros", me dice. "Pero si vendes el cordero por platos, ingresas unos 320 euros".

Los beneficios se reinvierten en la granja, lo que permite a Luis desarrollar métodos de cultivo ecológicos y regenerativos. "Si le pides comida a un granjero, tienes comida para un día. Si le pides tierra, comes para toda la vida", bromea.

Al igual que Morgado do Quintão, Quinta do Freixo es una empresa familiar. Luis me cuenta que quiere promover un ecosistema resistente utilizando diversas prácticas agrícolas. En la granja cría vacas, cerdos, ovejas y pollos, con piensos producidos in situ y agua procedente de los lagos de la finca.

Además de la cría de animales, en los bosques de Quinta do Freixo crecen materias primas como el corcho, el algarrobo y la fruta. La producción también se lleva a cabo in situ, y Luis me da una vuelta por la fábrica de mermelada y chutney. Pruebo las mermeladas de tomate, membrillo y calabaza de Quinta do Freixo, y compro un tarro de mermelada de higo para regalar a mis amigos.

Del mismo modo, la conservera de sardinas Conserveira do Arade ha desarrollado su propio producto único: la petiscada. Esta conserva de pescado se elabora con ingredientes tradicionales algarvíos, como verduras, tomate, pimiento verde, aceitunas y boniato.

Visito la fábrica de Parchal, en Lagoa, donde su cofundador, Vincent Jonckheere, me explica el proceso de elaboración de la petiscada. Para empezar, las sardinas se pescan en aguas portuguesas.

Las sardinas portuguesas son mucho más grandes, explica Vincent. Cuanto más gordo es el pescado, más nutritivo es. Conserveira do Arade deshuesa, eviscera y limpia sus pescados, antes de colocarlos en hornos de vapor y luego ponerlos en salmuera en agua salada, ya que este método de deshidratación conserva la grasa de la carne. Una vez procesado, el pescado se mezcla con verduras para crear la petiscada, un paté en trozos, que se come mejor con cuchara sobre galletas saladas.

Marisco fresco

Mientras que las sardinas son sinónimo de Portugal, las ostras son la atracción estrella de una diminuta isla frente a la costa del Algarve.

Culatra, una isla de 6 km de largo que forma parte del Parque Nacional de la Ría Formosa y sólo cuenta con un millar de habitantes, alberga criaderos de ostras de renombre. Sólo los descendientes de familias de pescadores pueden vivir en la isla. La construcción de nuevos edificios está prohibida, y las propiedades se arriendan y transmiten de generación en generación.

Alrededor del 90% de las ostras cultivadas -unas siete toneladas semanales- se vende a empresas, sobre todo de París, a unos 20 euros la ostra.

Además de ostras, los residentes también venden almejas y pescado. Hablo con una pescadora sobre la vida en la isla.

"Me gusta trabajar con la gente del lugar", me dice. "Me gustan las tradiciones y la cultura, estar rodeada de gente humilde que vive en paz. No hay delincuencia, es un lugar sano para estar".

Tengo la oportunidad de probar la ostra especialidad de Culatra, la triploide, que se come con limas frescas y un sencillo aliño de cebolla y vinagre. Después, me dirijo a uno de los pocos restaurantes de la isla, el Café Janoca, donde el personal sirve platos de almejas cocidas con mantequilla de perejil y lima, gambas al ajillo y ensalada, regados con cerveza portuguesa local.

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Experiencias gastronómicas elevadas

Si lo que busca es una experiencia gastronómica de mayor categoría, el Palmares Al Sud, con estrellas Michelin y vistas a la bahía de Lagos, es el lugar que debe visitar. El Algarve cuenta actualmente con ocho restaurantes con estrellas Michelin, pero la fidelidad al uso de productos locales hace que Al Sud destaque.

Ofrece un menú degustación de ocho platos, maridado con vinos portugueses poco comunes.

Para empezar, nos sirven gambas de la costa algarvía curadas en sal y azúcar, con erizo de mar y azahar. Las ostras, la sepia y los mejillones reinan en todo el menú, y el postre final, a base de algarroba, almendra e higo, hace de esta experiencia una auténtica celebración de la cocina algarvía.